“Show us love before you go”. Los Red Hot Chili Peppers abrieron el show a las 9 p.m. de la misma manera como empieza su último disco, “I’m with you”. Con “Monarchy of roses” la banda empezó a calentar los motores de un adormecido público limeño, que de lejos había escuchado a los teloneros FOALS. Flea agradeció al público por haberlos recibido “con mucho amor”.
“Take me to the place I love, take me all the way”. La primera parte del setlist tuvo más canciones conocidas que nuevas. ¿Hits? También. Entonces sonó “Under the bridge” y el público, literalmente, enloqueció. Inevitable viajar en el tiempo. Ya no importaba que no sea John Frusciante, sino Josh Klinghoffer (le debe haber tapado la boca a muchos críticos), quien interpretara ese hermoso riff de guitarra, capaz de transportarte a mundos inexplicables. También estuvieron “Can’t Stop”, “Dani California” y la potente “Around the world”. Era, valgan verdades, un conciertazo.
“And if you want these kind of dreams…”. Tenías que saber de antemano los temas que han tocado en sus últimos shows. Este no fue tan distinto a lo que se oyó en Colombia y Costa Rica, aunque algunos –o muchos, entre los que me incluyo- esperábamos más: más de los noventa; de lejos, su mejor época. Pero ellos estaban acá, en Lima, y eso ya era mucho. Entonces sonaron “Higher Ground”, “Californication”, “By the way”.
El plato final, como tenía que ser, fue “Give it away”. Antes, la banda ya había hecho el tradicional amague de irse y luego volver a pedido del público, ese que por zonas saltó y pogueó a más no poder, y en otras flojeó y parecía estar de paseo en el Nacional. Flea salió con su chullo y Josh recogió una bandera del Perú. “Desde hace unos 30 años que venimos tocando hemos querido venir al Perú. Siempre lo soñamos”, dijo el bajista. “Never been a better time than right now”, cantaba Kiedis. Pese a la crítica, dos horas que valieron la pena, y mucho más. “Give it away now!”, ahora gritaba. Muchos lo habían entregado todo, lo habían dejado todo en esa cancha en la que seguro miles de los presentes habían gritado goles en otras ocasiones, escenario de viejas glorias y, ojalá, de nuevas también, de más conciertos de semejante nivel. “Take me to the place I love”, coreábamos. Sí, lo logramos.
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